Derecho de piso
Es cierto que el presidencialismo mexicano ya no es el de antes, aquél de la dictadura perfecta...
La Estación
2017-10-29 08:00:00 / @Ggalarza Opinión
Foto: @AtTimesMX.. @Ggalarza Opinión
29 de Octubre de 2017
Es cierto que el presidencialismo mexicano ya no es el de antes, aquél de la dictadura perfecta. En los 20 años recientes, producto de luchas casi centenarias, una parte de la sociedad consiguió derrotarlo, por lo menos parcialmente, en las urnas. Los votantes libres algo lograron cambiar, aunque los resultados no hayan cumplido con las expectativas de aquellos (la mayoría de los ciudadanos) dependientes del paternalismo del Estado mexicano.
Al contrario. Refractarios a la real democracia, políticos de cualquier afiliación partidista (es un decir, porque hoy se puede ser de un color y mañana de otro, según la conveniencia personal) y muchos ciudadanos añoran los no tan viejos tiempos del presidencialismo todopoderoso —omnímodo, se dice— que controlaba las horas del reloj de las decisiones y el movimiento de las hojas del árbol de la política nacional y, por supuesto y más que nada, el dinero público para premiar a quien lo “mereciera”.
Por eso las opciones políticas que ofrecen el regreso a la dictadura perfecta —aquélla que tuvo su base en el populismo y lo impulsó al grado de convertirlo en políticas públicas, como los programas sociales— tienen todavía tanto éxito electoral. El mejor ejemplo de ello es Andrés Manuel López Obrador, quien promete la regeneración del viejo sistema priista en el que militó o milita, y ahora el “nuevo” PRI que intenta regresar a lo que cree que fueron mejores tiempos. Los otros partidos poco o nada diferente ofrecen. El PAN tuvo oportunidad en dos sexenios y quizá lo mejor que hizo fue, utilizando la expresión de Vicente Fox, “nadar de a muertito” para no tocar al régimen político que proclamaba, y se alió con muchos de los peores de ese sistema.
De 1997 a la fecha, el Presidente de la República dejó de ser el líder nato, el amo, el tlatoani, el cacique, el dictador sexenal. Muchos votos lo impidieron. Y eso fue un triunfo. Pero hasta ahí. Los resultados de la transición a la democracia han sido pobres, poco palpables, insuficientes, quizá contradictorios. Los mexicanos se dieron cuenta de que pueden sacar al PRI, o a cualquiera, de Los Pinos, pero que eso no se refleja en ningún avance en la calidad de su vida diaria. “Ya votamos, ya ganamos”, ¿…y? Y nada, todo sigue igual.
Se añora el presidencialismo, pero ya no hay presidentes con apoyo popular. Veamos los cuatro más recientes: Ernesto Zedillo ganó con 48.6% de los votos emitidos en la elección, pero fue apenas 37.5% de todos los ciudadanos inscritos en el padrón con derecho a votar; Vicente Fox con 42.5% de los votos emitidos, y sólo 27.2% del padrón; Felipe Calderón con 35.9%, que fue apenas 20.01% de los votantes probables; y Enrique Peña Nieto, 38.2%, que fue 24.1% del padrón. Ninguno de ellos fue un presidente ilegal o ilegítimo. En México, la elección la gana quien tenga un voto más que sus contrincantes, hayan votado cuantos hayan votado.
Los resultados electorales para el Congreso de la Unión, de 1997 a la fecha, son más o menos similares. Desde hace 20 años se acabó la aplanadora, el carro completo. Desde entonces, en la Cámara de Diputados no hay fracción parlamentaria que tenga siquiera la mitad más uno (251 legisladores) del total, ya no se diga las dos terceras partes necesarias para reformar la Constitución. En el Senado ocurre una situación similar. ¡Y qué bueno!
Lo malo ha sido que esta ventaja democrática no ha servido para bien. Al contrario, en el mejor de los casos, los partidos opositores (el PRI lo fue en dos sexenios) han creído que su función es la de obstaculizar, impedir el buen (es un decir, claro está) gobierno. En el peor de los casos, se han dedicado a chantajear, a extorsionar, a cobrar derecho de piso al titular del Poder Ejecutivo, en beneficio de sus partidos y su clientela política y, groseramente, en privilegios personales.
¿Contradicción del escribidor? ¿Añoranza por la aplanadora y el carro completo? ¡Líbrelo Dios! Se trata de buscar la fórmula para evitar que el próximo gobierno represente otros seis años perdidos, como los 17 del siglo XXI que llevamos. Y que este país tenga futuro.
Es necesario que México se deshaga del sistema presidencialista del viejo y del nuevo PRI, que se plantee nuevas alternativas de gobernabilidad. Bueno, hasta las monarquías se adaptaron a la plebeya democracia y sus países (Gran Bretaña, Finlandia, Holanda, Suecia, entre otros) están entre los que tienen mejor calidad de vida para sus ciudadanos, que ya no súbditos.
Acá y así las cosas, el problema es tan terrible que un hipotético triunfo de López Obrador no será un peligro para México. Igual que el de cualquier otro candidato. Sus contrarios en el Congreso de la Unión se encargarán de impedir cualquier intento de avance o retroceso, simple y sencillamente para cobrar el derecho de piso… como ocurre en el país en otros ámbitos. Es hora de cambiar; de acabar con el viejo sistema.